Durante mi niñez, recuerdo que casi todos los días, a las cinco de la mañana en punto, nos despertaba la inconfundible "melodía" de la alarma: la voz firme de mi padre llamándonos a despertar. Entre sábanas arrugadas y uno que otro bostezo, tanto mis hermanos como yo nos resistíamos a salir de la cama en un pleito que era ya costumbre. Siempre decíamos lo mismo: “solo cinco minutos más de sueño”. Pero mi papá, como buen hombre de negocios, no conocía otra hora para comenzar el día.
Para él, ese primer sonido de la mañana marcaba el comienzo de una jornada llena de tareas por hacer. La rutina era la misma: ir a la escuela, hacer las tareas, jugar un poco y luego pasar por el negocio de relojes de mi papá. Ahí, entre relojes y herramientas, me tocaba poner algún pasador de pulsa, o reemplazar una pila (batería), siempre con la excusa de justificar mi mesada. Pero lo que mi papá quería enseñarnos era mucho más que eso: la importancia de la responsabilidad, el trabajo duro y constante y el valor de ganarse la vida con esfuerzo.
Reflexionando sobre la frase: "Los tiempos duros forman gente fuerte, los tiempos fáciles forman gente débil", que se atribuye comúnmente a Michael Hopf, me doy cuenta de cómo la dificultad para enfrentar los desafíos de la vida refleja la manera en que muchos fueron criados. La falta de resiliencia y fortaleza ante la adversidad no es una casualidad, sino el resultado de una crianza donde tal vez se evitó el enfrentamiento con dificultades reales. La adversidad, en realidad, es una forjadora de carácter.
Cuando atravesamos tiempos difíciles, no solo nos enfrentamos a obstáculos externos, sino que también nos retamos a nosotros mismos. Las dificultades nos obligan a buscar soluciones, a adaptarnos y a superar nuestros propios miedos y limitaciones. La adversidad, lejos de ser un obstáculo insuperable, actúa como un molde que forma nuestra resiliencia y carácter. Nos enseña a valorar lo que realmente importa, a no dar por sentada nuestra estabilidad y a ser agradecidos por los momentos de paz que alguna vez dimos por hecho.
Por otro lado, los tiempos fáciles, aunque agradables, no siempre fomentan el crecimiento. Vivir sin enfrentar desafíos constantes puede llevarnos a ser complacientes, confiados en que todo irá bien sin esfuerzo. La falta de dificultades puede inducirnos a pensar que la vida siempre será fácil, lo que hacer perder la capacidad de reaccionar cuando llegue la adversidad. La comodidad nos adormece y nos hace creer que la vida será siempre tranquila, pero esta idea está muy lejos de la realidad.
La clave está en cómo enfrentamos y respondemos a los tiempos difíciles. No debemos ver las dificultades como castigos o señales de que algo va mal. Al contrario, son oportunidades para crecer, para ser mejores. Cada reto es una oportunidad disfrazada: aprender algo nuevo, desarrollar nuevas habilidades o mejorar nuestros métodos de trabajo. Debemos aprender a abrazar los retos, no a huir de ellos.
Es importante entender que la vida no siempre será fácil, pero las dificultades son las que forjan la mejor versión de nosotros mismos. En lugar de ver los problemas como barreras, debemos verlos como lecciones que fortalecerán nuestro carácter y nos prepararán para el futuro. La resiliencia no es algo con lo que nacemos, sino algo que construimos con el tiempo.
Debemos practicar la paciencia, aprender de nuestros fracasos y buscar siempre una solución, no una excusa. Salir de nuestra zona de confort, aprender algo nuevo, enfrentar miedos y tomar decisiones difíciles son formas de fortalecer nuestra resiliencia día tras día.
Lo más importante es saber que, por difícil que sea, no estamos solos, Dios está con nosotros, y debemos rodearnos de personas que nos apoyen y que también estén dispuestas a aprender de los desafíos. Estas personas nos ayudan a mantener la perspectiva y a encontrar soluciones.
Al recordar esos primeros momentos de la mañana en mi niñez, me doy cuenta de que, aunque nos costara levantarnos y rebelarnos contra la rutina, todo lo que mi papá nos enseñaba de forma constante tenía un propósito más grande.
La disciplina, el esfuerzo constante y la importancia de asumir tareas, por más pequeñas que fueran, nos formaron, nos ayudaron a crecer, nos empujaron a ser mejores, a levantarnos cada mañana con el propósito de seguir adelante y enfrentar lo que venga. Y así somos nosotros, una familia resiliente y forjada en tiempos difíciles, preparados para enfrentarlo todo. - Y añado, si en algún momento necesitas algún chequeo de tu reloj también te puedo ayudar, aunque realmente hoy no viva de eso-.
Hoy te invito a agradecer, no solo por los buenos tiempos, sino también por los tiempos difíciles que Dios te ha permitido vivir, pues ellos son los que forjan la mejor versión de ti. Y te animo a seguir formando una generación fuerte, física, mental y emocionalmente, lista para poder vivir esta aventura llamada vida, mientras esperamos nuestro destino final: el Cielo.
«Y no solo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza»
(Romanos 5:3-4 NVI)
¡Feliz y bendecida semana!
Con cariño,
Nataly Paniagua