Ahí estaba ella, una vez más sentada en el mismo banco del parque, repitiendo la rutina que por años había marcado sus días. Semana tras semana, mes tras mes, se perdía en la misma escena: la mirada fija en el horizonte, un suspiro profundo y un silencio que parecía eterno. Para quienes pasaban, quizás parecía una mujer que disfrutaba de la tranquilidad del lugar, pero en realidad, ese banco era su prisión disfrazada de refugio. 

Nadie imaginaba que ese era el escenario donde había terminado una relación que la marcó, allí lloró por un trabajo que perdió y amaba. Allí volvía cada vez que sentía que la vida no tenía nada que ofrecerle. Cambiaban las estaciones, caían las hojas, florecían los árboles… pero ella seguía allí, inmóvil, como si el tiempo no tuviera poder sobre su historia.

Hasta que un día, una niña pequeña se le acercó con la sencillez que solo la infancia permite, y le preguntó: —Señora, ¿por qué siempre está aquí? ¿No tiene otro lugar a dónde ir? Aquella pregunta, tan inocente como profunda, la sacudió por dentro. Por primera vez en años, se levantó sin mirar atrás. Comprendió que se había acostumbrado tanto a su dolor, que había olvidado cómo se sentía avanzar. Ese día no solo abandonó un lugar físico; sino también el círculo que la mantenía atrapada en el mismo capítulo de su vida.

¿Alguna vez te has sentido atrapado en una rutina que parece no tener fin? Como si caminaras en círculos y, no importa cuánto te esfuerces, siempre terminaras en el mismo punto. Esa sensación de estancamiento puede ser emocional, espiritual, profesional o relacional. Muchas veces, estos ciclos repetitivos son señales de que estamos atrapados en patrones que necesitan ser confrontados y transformados. Salir del mismo lugar es más que un deseo; es una decisión valiente de cambio y renovación.

Los círculos viciosos tienen una característica común: nos devuelven al mismo punto de partida. Pueden manifestarse en relaciones tóxicas, hábitos autodestructivos, pensamientos negativos o incluso en una fe debilitada y sin dirección. La vida se convierte en un ciclo de promesas rotas, sueños postergados e intenciones que nunca se concretan. Comenzamos con entusiasmo, pero no terminamos. Anhelamos muchas cosas, pero cuando las alcanzamos, a veces no sabemos cómo conservarlas. Las dejamos ir por falta de compromiso, por miedo, o simplemente porque no asumimos la responsabilidad de sostener lo que tanto pedimos.

La buena noticia es que Dios no nos llamó a vivir en círculos sin sentido, sino a avanzar en propósito y plenitud. En Deuteronomio 2:3, Dios le dice a Moisés: “Ya han rodeado por mucho tiempo este monte; den la vuelta al norte.” Este versículo es un llamado directo a salir del estancamiento. El pueblo de Israel había vagado por el desierto durante años, pero Dios marcó el momento del cambio y dijo: “Es hora de avanzar”. Hoy, ese mismo llamado puede estar resonando para ti. Para salir del mismo lugar se requieren tres acciones claves:

1.      Reconocer el patrón. No puedes cambiar lo que no reconoces. El primer paso es ser honesto contigo mismo: ¿Qué hábitos, relaciones o pensamientos te devuelven siempre al mismo lugar? Repetir los mismos errores sin aprender es necedad. Es momento de observar con humildad y decidir romper el ciclo.

2.      Buscar la guía de Dios. Salir del estancamiento no es solo cuestión de fuerza de voluntad, necesitas la guía de Dios. Él desea conducirte por un nuevo camino, pero necesitas buscarlo activamente. No estás solo en este proceso.

3.      Tomar decisiones valientes. Avanzar implica incomodidad. Puede que tengas que soltar personas, cambiar hábitos o abandonar una zona de confort que en realidad se ha vuelto una prisión invisible. Pero vale la pena. Avanzar requiere enfoque, fe y determinación.

Dios no te creó para andar en círculos. Fuiste diseñado para crecer, avanzar, y cumplir un propósito eterno. Hoy puede ser el día en que decidas dejar atrás patrones que te limitan y comiences a caminar hacia el futuro que Dios tiene para ti. Recuerda: salir del mismo lugar no es un evento, es un proceso. Pero ese proceso comienza con una decisión. Y esa decisión puede cambiar tu historia, mientras esperamos nuestro destino final: el Cielo, vivamos cada paso con propósito.

Dios quiere hacer algo nuevo en ti. ¿Estás listo para dejar de rodear el mismo monte y comenzar a caminar hacia tu destino? 

 

«Ya han rodeado por mucho tiempo este monte. ¡Den la vuelta al norte!».

(Deuteronomio 2:3 RVC)

 

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

Nataly Paniagua