Apenas quedaban unos pocos en el cementerio. El viento movía las flores sobre la lápida recién colocada. Uno de los asistentes —un joven que apenas habló en la ceremonia— se quedó en silencio, mirando las palabras grabadas en piedra: “Hizo el bien, incluso cuando nadie miraba.” Nadie sabía quién había escrito esa frase, pero todos los presentes asintieron al leerla, como si cada uno la hubiera confirmado con su propia experiencia. Fue entonces cuando me pregunté en una profunda reflexión: ¿Qué frase inspiraría mi vida lo suficiente como para que alguien la eligiera para mi despedida?
Hay preguntas que parecen incómodas, pero en realidad están llenas de poder. Una de ellas es: ¿Qué diría mi epitafio? No como una sentencia fúnebre, sino como una brújula para vivir. Porque al pensar en lo que dejaríamos escrito en esa última línea sobre la tierra, entendemos lo que realmente importa mientras caminamos aquí.
Un epitafio es una frase corta que se graba en una lápida para recordar la vida de quien se ha ido. Su origen se remonta a la antigua Grecia y Roma, donde se escribían inscripciones en tumbas para honrar a los difuntos, destacar sus virtudes o resumir su legado en pocas palabras. Con el tiempo, esta práctica se extendió por muchas culturas, convirtiéndose en una forma simbólica de dejar constancia de cómo alguien vivió… y cómo fue recordado.
Aquí es donde esta reflexión toma verdadero peso: el epitafio no es solo una frase grabada en piedra, es el reflejo fiel de la vida que vivimos. Por eso, preguntarnos qué diría nuestro epitafio no es una simple curiosidad… es una invitación poderosa a mirar quiénes somos y cómo elegimos vivir.
En medio del ruido cotidiano, las metas, las responsabilidades, las prisas, es fácil olvidar el propósito más esencial de vivir: hacer el bien. No se trata de grandes hazañas. Muchas veces, el bien se hace en silencio: en una palabra amable, en un gesto honesto, en una mano tendida sin esperar nada a cambio. Esas pequeñas elecciones diarias van formando el legado que dejamos, aunque no siempre lo veamos.
¿Y si al final de esta aventura, lo único que quedara fueran las huellas de lo bueno que hicimos?
El dinero se gasta. La fama se desvanece. Las apariencias desaparecen. Pero el bien permanece. Permanece en los corazones que tocamos, en las vidas que acompañamos, en los recuerdos que dejamos.
Podemos imaginar qué nos gustaría que dijera nuestro epitafio. Tal vez:
“Vivió para hacer el bien.”
“Sembró luz donde hubo oscuridad.”
“Aquí descansa alguien que hizo la diferencia.”, o quizás:
“Aquí yace quien siempre estuvo ahí para muchos”.
No sé con cual frase te identificas tú. Pero mientras escribo estas líneas oro para que la mía pueda ser:
“Aquí descansa una mujer que amó sin límites y reflejó a Cristo cada día de su vida.” Con eso me basta.
Sin embargo, hay una verdad que no podemos ignorar: aunque tú decidas cómo quieres ser recordado, al final, será otro quien escriba tu epitafio. Serán las personas que te conocieron, que te vivieron, quienes decidirán si lo que soñaste con ser… realmente lo fuiste.
Por eso, el verdadero reto no es solo imaginar la frase que nos gustaría dejar grabada, sino vivir de forma que otros deseen escribirla por nosotros.
No necesitas esperar a tener más tiempo, más recursos o reconocimiento. Solo necesitas estar presente, actuar con integridad y elegir el bien cada vez que puedas. Porque eso, al final, es lo que se recordará.
Hoy es un buen día para preguntarte: ¿Qué estoy haciendo hoy que quiero que otros recuerden mañana? Y si la respuesta no te convence o satisface, estás a tiempo de empezar de nuevo. Porque tu epitafio no se escribe el día que te vas. Se escribe con cada cosa que haces mientras estás aquí.
Esta vida es muy breve, pero profundamente valiosa. Cada día es una oportunidad para dejar huellas que otros recordarán con gratitud. No sabemos cuándo llegará el final, pero sí sabemos cómo podemos vivir hasta entonces: haciendo el bien. Porque mientras esperamos nuestro destino final… el Cielo, lo más grande que podemos hacer aquí es vivir de forma que otros quieran recordarnos con amor.
«El recuerdo de los hombres justos es una bendición, pero el nombre de los malvados se descompone y desaparece.»
(Proverbios 10:7)
¡Feliz y bendecida semana!
Con cariño,
Nataly Paniagua