¡Hola de nuevo! Este es el día que hizo el Señor para que nos gocemos y alegremos, y si amaneces considerando que no hay motivos de alegría, he aquí te daré uno: ¡Que despertaste y estás aquí, así que aún hay esperanza, Dios hace algo hoy a tu favor! Continuando esta bella ruta de crecimiento, hoy quiero compartir sobre un tema con el que en algún momento todos nos familiarizamos, quiero hablarte de “mudanza”. En mi caso soy de las que realmente en cuanto se refiere a mudarse de casas no lo prefiero. Más bien, soy de las que elegirían vivir en el mismo lugar toda la vida, básicamente por todo lo que conlleva mudarse: recoger, armar, empacar cosas, luego volver a desempacar y colocar. Todo eso me resulta fastidioso.
Desde que viví con mis padres hasta que me casé he realizado unas pocas mudanzas. Recuerdo especialmente la última -aún vivía con mis padres-. A mi madre le entristecían las mudanzas. En esa ocasión, armamos todos los paquetes, y yo procedí a despachar el transporte cargado a la nueva casa, pero me quedé un buen rato en la casa vacía de la cual estábamos mudándonos. Sentada en el piso de la sala de nuestra casa vacía recordaba todo lo que vivimos en ese lugar, los años maravillosos, los tiempos difíciles, las fiestas, las risas, así como las lágrimas, realizaba una evaluación de todo lo vivido en ese lugar. Adicionalmente, sentía gran pereza en tener que empezar de nuevo, lo cual significaba desempacar y ordenar cada cosa en su nuevo espacio, así como otros temores, propios de este proceso. Gracias a Dios en esa ocasión cuando llegué a la nueva casa ya casi todo estaba ordenado.
Desde niños estamos expuesto a los cambios. La vida en un constante ciclo que no se detiene. El sabio Heráclito dijo hace más de dos mil años: “Lo único constante es el cambio”. Mudamos la piel, mudamos los dientes, mudamos el pelo, las uñas, y así un sinnúmero de procesos de mudanzas tanto internos como externos vivimos desde que nacemos hasta que morimos. Mudarnos representa cambio, en aspecto, naturaleza y estado físico. Significa traslado o movimiento que conlleva dejar un lugar y dirigirse a otro. También tiene que ver con renovación. Si te has mudado en alguna ocasión puedes identificarte conmigo cuando digo que cuando pasamos inventario de artículos del hogar que nos llevaremos a la nueva casa, todo al parecer está bien, hasta que decidimos mudarnos. En ese momento observamos que la pata de la mesa de madera tiene carcoma, que la estufa está mohosa y un poco oxidada y que la cama está un poco sucia.
Al momento de movernos nos damos cuenta de que hay algunas cosas deben dejarse, otras ser reparadas y algunas más deben ser sustituidas. Que interesante que hasta no decidir mudarnos no identificamos todas estas situaciones en los enseres del hogar. Igual ocurre con nuestra vida en general. Es importante considerar aquí que las mudanzas se dan por varias razones: porque el espacio está pequeño para nosotros, adquirimos una nueva propiedad, ya no somos útiles ni necesarios en ese lugar o sencillamente por un cambio de vida. Sin importar la razón que nos mueve a mudarnos, el común denominador aquí es que hay de moverse, dejar, trasladar y cambiar.
Ya sea que nos gusten o no las mudanzas tanto físicas como de temas internos, siempre serán necesarias. Y desde mi experiencia, el cambio nos da la oportunidad de crear, producir y fluir. Viene acompañado de nuevas expectativas, nuevas ideas, nuevos proyectos y nuevo enfoque. Indiscutiblemente nos aflora la creatividad. Quizá hoy no necesites mudarte físicamente de lugar, pero sí que necesitas hacer cambios en tu interior. Tal vez es necesario cambiar la actitud actual por una nueva y mejor, cambiar los pensamientos negativos por positivos, echar fuera algunas ideas estériles y sustituirlas por otras, limpiar los espacios y tomar la decisión de llenarlos con todo lo nuevo que viene de Dios. Tal vez hoy te encuentras detenido, como yo tantas veces, o probablemente estas sentado aun mirando la casa vacía, y no queriendo tomar la decisión de salir y dirigirte al nuevo destino. Eso es normal y natural, sin embargo, no te puedes quedar ahí.
Hoy te invito a ponerte de pie, a dar el paso, echar a andar, a sacar fuera el temor, tomar la nueva ruta, el nuevo camino que se ha abierto para ti hoy. Para ir al nuevo nivel debes dejar todo lo que te carga y todo lo que no funciona. Tampoco cargues lo que no será útil, abandona lo que no sirve. De seguro que este cambio te va a agregar, te va a bendecir, te va a ayudar y definitivamente te acercará cada día a tu final destino. De seguro te tomará un tiempo la adaptación, pero creo sin dudar que esta nueva etapa la vas a disfrutar y muy pronto te acostumbraras. El llamado de Dios en tu corazón es a moverte hoy, a obedecer aun con temores, pero con firmeza en tu corazón. Su instrucción, tal cual Abraham hizo y vio la promesa de Dios por la fe.
«El Señor le dijo a Abram: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!». Abram partió, tal como el Señor se lo había ordenado…». (Génesis 12:1-4a NVI)
¡Dios te bendiga!
¡Prepárate para volar, porque el cielo es el límite!
Nataly Paniagua